


El olor me traslada a un lugar conocido, familiar. Las grietas de la madera y las distintas texturas que voy descubriendo hacen que el recorrer el material con las manos sea algo interesante.
La pared sobre la que apoyo mi espalda y la madera sobre la que estoy sentada hacen que tenga frio, los materiales no son cálidos, las texturas no son interesantes, y la sensación de estar encajada en un lugar se incrementa con la ansiedad que me generan los ruidos que siento a mi alrededor.
El lugar en el que me encuentro es una zona de mucho transito, no solo pasan por aquí alumnos y profesores, sino que estoy expuesta a las miradas de muchos desconocidos.
El granito sobre el que estoy sentada es frio, rugoso, e incomodo. Sin embargo la pared que lo cubre en algunas zonas, comparada con este, parece cálida y suave. Es interesante sentir como se mezclan estos materiales entre sí.
Descubro por casualidad al dar un golpe en la pared que se encuentra a mi derecha, que no es maciza, sin embargo tiene la misma textura que la pared maciza pintada de blanco, por lo que deduzco que hay zonas de pladur o un material similar que pasan inadvertidas en otros lugares del edificio.
La vergüenza de estar allí sentada, los ruidos de la gente al caminar, el sonido inquietante de los ascensores y los fragmentos de conversaciones que oigo de la gente que pasa cerca de mí, hacen que no pueda aguantar mucho tiempo en ese lugar acariciando los materiales.
El día no acompañaba nada para realizar este tipo de contactos con los materiales urbanos, pero de todas formas fue una experiencia nueva.
Todos los hombre que pasaron por la calle le miraban y le decían alguna de esas cosas tan ingeniosas que sueltan de repente.
Fue muy gracioso ver a Priscila allí colgada siendo uno con la estructura que sostenía el árbol.
El tacto resbaladizo, húmedo, frio… el esfuerzo por mantener la posición y la gente que se reía al verme hicieron que la experiencia adquirida tomase un aire cómico.
En esta ocasión es el buzón el que llama a Sonia. Pienso: “¿Cómo podrá abrazar así el buzón sin caerse?, un día que no haya nadie lo tengo que probar seguro que yo me caigo”.
Sonia parece que está cómoda, tiene la cara de felicidad como si ese buzón fuera la almohada de su cama. Y vuelvo a pensar, “¿Cómo lo hará?”.
La gente mira con cara de no entender y no me extraña yo les miro con cara de yo no la conozco...
No sé si sentirá bochorno pero no lo parece.
Todo el mundo mira. No entienden y no me extraña. Una señora con cara de rancia empieza a darle voces. Sonia le dice que es un proyecto de clase y ella vuelve a mirarla como diciendo: si, si, de clase, ahora le quiere echar la culpa a la profesora…
Creo que hoy es su día, cualquier otro no hubiera sido capaz de hacerlo.
Se baja… y me dice: vámonos, vámonos que me muero de la vergüenza!!!
Con lo vergonzosa que es para este tipo de cosas, se que lo estaba pasando fatal, allí tumbada en medio de Gran Vía, dejando su peso muerto sobre la helada barandilla.
No llamó mucho la atención esta acción, creo que la gente pensaba: “¡Esta juventud de ahora…!”